viernes, 8 de mayo de 2009

Leonardo da Vinci

“Verdaderamente el cielo nos envía, a veces, a hombres que no representan sólo a la humanidad, sino también a la misma esencia divina…”
Jorge Vasari, refiriéndose a Leonardo da Vinci en su libro Vidas de pintores, escultores y arquitectos célebres

Nace un genio

El 15 de abril de 1452, el anciano notario, señor Antonio da Vinci, escribía en su libro donde anotaba todos los acontecimientos familiares:

“Nació un nieto, hijo de Pedro, mi hijo, a quien se dio el nombre de Leonardo.”

El niño creció hermoso y su inteligencia se manifestó a muy temprana edad. Aprendió a leer y escribir, teniendo como maestros a su abuela paterna y a la segunda esposa del señor Pedro. Amaba apasionadamente las matemáticas y el dibujo, y su lenguaje era claro y preciso, más bien parecía al de un hombre y no al de un niño.

Escribía y dibujaba indiferentemente con las dos manos, le encantaba escribir en sentido contrario, de manera que para leer sus escritos había que utilizar un espejo.

En ese carácter gigantesco, absolutamente cerrado, se debatían sueños gigantescos y nacían nobles sentimientos. La familia Da Vinci se trasladó a Florencia, ciudad en que el esplendor artístico estaba en auge.

El artista
A escondidas de todos, Leonardo modelaba con arcilla figuras humanas y de animales con maravillosa exactitud que luego utilizaba como modelo.

Siendo muy joven pintó un cuadro que representaba sapos y culebras, al verlos su padre tuvo un gesto de verdadero horror, pues la semejanza con los modelos reales era perfecta. Su padre, maravillado, lo presentó en los talleres de Verrocchio, célebres en Florencia. Fue allí donde sin lugar a dudas comenzó la carrera brillante de Leonardo. Aprendió música y hasta compuso maravillosas melodías que cantaba acompañándose con su lira.

Lo que más absorbía su tiempo, y sin ningún maestro, eran la mecánica y la física, a las cuales se entregaba con absoluta abstracción dada su mente especulativa y ávida de conocimientos.

El misterio de los astros, el vuelo de las aves, las virtudes de las hierbas, todo atraía el interés del joven Leonardo. A la edad de 20 años, había sido matriculado pintor e inscrito en el registro de la compañía del arte de San Lucas, en esos momentos era reconocido como uno de los más altos maestros. Eso le permitió irse a vivir solo. Su padre enviudó en tres ocasiones y tuvo cuatro esposas y casi 10 hijos. Por esta razón Leonardo amaba la soledad y por eso escribe en uno de sus tantos libros: ¡Si estás solo te pertenecerás!

Leonardo manejaba muy bien el arte y la ciencia, los sapos las culebras, los grillos, los saltamontes, todos los animales que dibujaba a la perfección le sirvieron para realizar la horrorosa cabeza de Medusa, cuya expresión a través de su pincel, era tan aterradora como la de una criatura infernal.

Su extraña vida retirada, su profundo saber, sus experimentos misteriosos, le valieron la acusación de mago y hereje. Pero finalmente fue absuelto por falta de pruebas.

Antes de dejar Florencia, escribió: “Estaré siempre orgulloso de ser Leonardo da Vinci, el florentino.”

Transformando la cocina

Luego de la primavera de 1473, Leonardo llega a la taberna Los Tres Caracoles, después de que todos los cocineros habían sido envenenados en forma misteriosa. Por muchos meses observa con disgusto que la polenta (o potaje), plato principal del lugar que se servía con trozos de carne irreconocibles, no podía ser el plato del Renacimiento. Por ello pone manos a la obra, y piensa cómo civilizar las comidas que servían en Los Tres Caracoles.

Trató de hacer de la cocina tradicional de la época, lo que hoy llamamos Nouvelle Cuisine, o sea pequeñas porciones sofisticadas, hermosamente arregladas, algo que en aquellos días no era aceptado. Por esta razón Leonardo tuvo que huir de la taberna para salvar su vida.

Los siguientes tres años fueron malos para Leonardo. Y así fue como lleno de amargura y pena se refugió en Milán en la corte de Ludovico el Moro.

En 1482, Leonardo va a Milán junto a su amigo Atalante Migliorotti, llegan con una carta de presentación que decía:

“Soy un insuperable constructor de puentes, fortificaciones y catapultas. También de artefactos secretos que no quiero describir en esta carta. Mis pinturas y esculturas pueden compararse con las de cualquier otro artista. Soy soberbio diciendo acertijos y haciendo nudos. Y mis tortas no tienen comparación.”

Lógicamente Ludovico, después de esto, le concede audiencia y le entrega el cargo de consejero del Moro sobre Fortificaciones y maestro de Banquetes de la Corte de Sforza.

Le dan sus propios sirvientes, sus talleres y alrededor de él está la Gran Corte de Milán. O sea que es entonces cuando Leonardo, gracias a una carta, cambia toda su vida.

Comienza a escribir en ese momento las anotaciones de sus libros de apuntes que dan origen al Códice Romanoff. Desde su cargo como maestro de festejos y banquetes en la corte de los Sforza, Leonardo da Vinci observa y se preocupa por las costumbres a la mesa de su amo, su señor Ludovico Sforza, gobernador de Milán.

Maestro de banquetes

Dice Leonardo en sus apuntes, sobre los modales a la mesa de Ludovico y sus invitados:

“Las costumbres de mi señor Ludovico de atar conejos a las sillas de sus invitados, para que puedan limpiar la grasa de sus manos en los lomos de las bestias, me parece indigna de los tiempos en que vivimos. También, cuando las bestias son recogidas después de las comidas y llevadas al lavadero, su hedor contamina otras ropas con las que se los lava.

“Tampoco comprendo el hábito de mi señor de limpiar su cuchillo sobre las camisas de sus acompañantes. ¿Por qué no lo hace sobre el mantel como los otros miembros de la corte?

“Hay ciertos procedimientos que debe evitar todo invitado a la mesa de mi señor Ludovico. Este catálogo está basado en observaciones que realicé a lo largo del último año entre los que sentaron a esta mesa:

* Ningún invitado se deberá sentar encima de la mesa, ni de espaldas, ni en la falda de otro invitado.

* No deberá poner su pierna encima de la mesa.

* No pondrá para comer su cabeza en el plato.

* No tomará la comida de su vecino sin pedirle permiso antes.

* No colocará trozos de su propia comida masticados a medias en el plato de su vecino sin primero preguntarle.

* No limpiará su cuchillo en la ropa de su vecino.

* No tallará sobre la mesa con su cuchillo.

* No se pondrá comida de la mesa en su bolso, ni en su bota para comerla después.

* No limpiará su armadura en la mesa.

* No escupirá frente a él.

* No se llevará el dedo a la nariz, ni al oído mientras conversa.

* No soltará sus pájaros en la mesa.

* No golpeará a los sirvientes (sólo puede hacerlo en defensa propia).

* (Acerca de los procederes indecorosos en la mesa de mi señor Ludovico, Leonardo da Vinci).”

¡No a los manteles sucios!

“Luego de inspeccionar los manteles de mi señor Ludovico, una vez que los comensales han abandonado el salón, y encontrándome en una escena tan desoladora, que rememora los resultados de una batalla campal, considero prioritario, antes que ningún caballo o retablo, descubrir una alternativa para mantenerlos limpios.

“Ya tengo una idea. Tengo en mente que en la mesa cada uno debería tener su propio paño, el cual, una vez manchado con las manos y los cuchillos sucios, podría ser doblado para no profanar la apariencia de la mesa con sus suciedades. Pero… ¿cómo llamaré a estos paños?, y ¿cómo los voy a presentar?”

Leonardo encuentra por fin una solución:

“He ideado que a cada comensal se le dé su propio paño que, después de ensuciado por sus manos y su cuchillo, podrá plegar para de esta manera no profanar la apariencia de la mesa con su suciedad.”

Pero no tiene mucho éxito:

“Nadie sabía cómo utilizarlo o qué hacer con él. Algunos se dispusieron a sentarse sobre él, otros se sirvieron de él para sonarse las narices, otros se lo arrojaban como por juego, otros aun envolvían en él las viandas que ocultaban en sus bolsillos y faltriqueras. Y cuando hubo acabado la comida, y el mantel principal quedó ensuciado como en ocasiones anteriores, el maestro Leonardo me confió su desesperanza de que su invención lograra establecerse.” (Pietro Alemanni, embajador florentino en Milán, carta de julio de 1491.)

A pesar del poco éxito, Leonardo deja anotadas formas de doblar la servilleta, desde el simple triángulo hasta imitación de palacios y pájaros.

Un legado universal

De la historia de todos los pueblos, ejemplos de costumbres sociales, usos y costumbres de las épocas, vemos cómo unas y otras han ido cambiando al paso de los tiempos y reemplazadas por otras.

Fue durante este periodo con Ludovico el Moro, que Leonardo proyectó todos sus geniales inventos mecánicos: asadores automáticos, extractores de humos, picadores de carne, molinos de pimienta, extintores de incendios. Muchos de estos quedaron sólo en sus dibujos, no se construyeron en ese momento pero sirvieron como base para los que aún hoy sí utilizamos.

“Mi señor menosprecia las comidas simples que sirvo en sus banquetes e insiste con sus platos bárbaros. Mi deber es hacer todo lo posible para embellecerlos: plantas aromáticas, libélulas y fuentes por doquier; el sonido de los grillos, agua de rosas para sus manos y oro en polvo para sus nabos, estatuas de mazapán y jaleas coloreadas con formas de palacios, trompetistas, timbales y avestruces dando vueltas… Él debe tener todo. Y aun así, cambiaría todo esto por ver, aunque fuera una sola vez, uno de mis platos sobre su mesa.”

Leonardo, que simplemente quería servirle a su señor platos simples, dijo: “Presentaría ante mi señor Ludovico si supiera que no los va a rechazar debido a su delicadeza y a demandar carne con huesos en su lugar.”

Como vemos la mesa ha sufrido distintos cambios y ha sido escuela de costumbres durante los tiempos de la historia donde no tienen importancia los cambios de las distintas variaciones de comidas ni el arte de la degustación, sino el comportamiento de costumbres y hábitos que se han desarrollado.

Viejo y enfermo, Leonardo da Vinci fue llamado a la corte de Francia. Francisco I le ofreció el castillo de Cloux y una pensión de 700 escudos. Y en mayo de 1519 partió este genio universal, asistido por su discípulo francisco Melzi, este maravilloso maestro de banquetes, dejando para todos nosotros entrever nuevos horizontes.

“Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte”
Leonardo da Vinci

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